Las dos fotos que se muestran al principio del texto pueden parecer muy diferentes entre sí. Pero cada vez que traslado a una mujer de paritorio a la planta de postparto tengo la sensación de trasladar a heridas de guerra. La mayoría no pueden andar horas después del nacimiento de sus criaturas, se sienten doloridas por la cesárea, la episiotomía, el esfuerzo de un parto que fue forzado en vez de ir a su propio ritmo.
Es indiscutible que el parto es un proceso salvaje con huellas físicas grabadas en el cuerpo, suceda como suceda el parto. Pero siento que las secuelas podrían ser mucho menores de lo que son si aprendiéramos a observar y respetar los procesos fisiológicos.
El problema es cada una de las bifurcaciones que se tomaron para acabar con estas heridas. Tengo la suerte de trabajar con un equipo de profesionales que cuidan y quieren lo mejor para la mujer que pare y el bebé en cada parto. El problema es la medicalización a las que exponemos ambos cuerpos, cuya única salida es cortar, inyectar, drogar, tirar, forzar.
Pocas veces he sentido miedo acompañando partos en casa o en centros de nacimiento. Sin embargo ese miedo y ansiedad aparece al trabajar en el paritorio. No tengo miedo a las emergencias que se pueden presentar, porque para esos momentos somos un gran equipo. Temo ser partícipe en el abuso que supone hacer cosas para las que se ha pedido consentimiento pero que éste no ha sido debidamente informado.
La mayoría de la gente que acompañamos en el paritorio vienen con inducciones por diversas razones (1 de cada 5 nacimientos son inducidos en el Reino Unido y España) Algunas son por motivos razonables, otras son debatibles. La propia evidencia las cuestiona. Entre ellas están las inducciones por bebés grandes para la edad gestacional, el tener la bolsa rota, o el estar en la semana 41 o 42 de embarazo.
No me crea ansiedad y angustia acompañar a gente que después de sopesar toda la información a su alcance decide aceptar, o rechazar, el proceso de la inducción. Me da ansiedad y angustia seguir las guías de un sistema que tiene prisa de fondo. Me da miedo poner vías, romper la bolsa amniótica, conectar la oxitocina, monitorizar continuamente y en la mayoría de los casos acabar acompañando un parto instrumental o una cesárea porque no todos los cuerpos, ni todos los bebés, aguantan tantas presiones. Me da ansiedad y angustia, pesar en la báscula el litro de sangre que ha perdido la mujer, ver su vagina partida en dos tras la episiotomía, tener que ayudar a respirar a esos bebés que nacen en shock, o ver a los acompañantes llorando por todo lo que acaban de vivir. Eso sí que es miedo, y no lo mío.
Y yo me pregunto, ¿alguien ha informado a estas personas de las posibilidades que tienen de que el final de sus partos sea una cirugía o un fórceps? ¿alguien les ha explicado el riesgo de hemorragia o el riesgo de tener que resucitar a sus bebés?
Me canso de abrir las puertas del paritorio a gente que lleva entre 1 y 3 días en planta en proceso de inducción pero llegan al paritorio y no saben qué va a ocurrir. Yo suelo preguntar, “¿Sabes en qué consiste la inducción?” y la gente no tiene mucha idea, por no decir que la mayoría no tiene ninguna. Para organizar la inducción han estado en una cita con una matrona de comunitaria, con un/a ginecóloga/o y llevan en planta entre horas y días. Pero todavía no han consentido lo que les va a ocurrir a continuación.
Me enfada y frustra que el sistema está preparado para coaccionar a la gente a aceptar inducciones hablando de los riesgos de seguir con el embarazo, pero no se molesta en informar de los riesgos y etapas de una inducción.
Es un asunto de derechos humanos. No puedes manipular la información desde tus miedos e intereses para que alguien acepte un tratamiento médico que conlleva muchos riesgos, como es una inducción.
Si informas, quizá la gente reflexione antes de aceptar una inducción. Quizá más gente las rechace. Quizá la cascada de intervenciones no comience. O tal vez no, las acepten a sabiendas también de a qué se están arriesgando. Porque lo importante no es qué base decide, sino quién lo decide.
Ojalá volvamos a mirar el embarazo como la etapa rebosante de salud que es. Ojalá volvamos a mirar el parto desde la confianza en la sabiduría de nuestro cuerpo perfecto. Ojalá las plantas de postparto se conviertan en lugares rebosantes de energía, de plenitud de mujeres fascinadas con lo que acaban de ser capaces de hacer, por si mismas. O al menos, ojalá, la planta de posparto parezca cada vez menos un hospital de guerra.
Enero 2020
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