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YA NO SOMOS SOLO BRUJAS

Actualizado: 14 ene 2020


Hay quien dice que la sanidad pública en España es un derecho. Pero, ¿qué sucede cuando los proveedores de ese derecho no respetan otros derechos fundamentales?

En marzo de 2019 se publicaba en España el libro Mi embarazo y mi parto son míos de la abogada especializada en temas de género y maternidad Marta Busquets Gallego.

El libro es una tremenda novedad en el campo de los derechos de la mujer y también en el campo de la obstetricia. Nunca antes se había publicado en nuestro país una guía semejante que informase a las mujeres de todos sus derechos como usuarias del sistema sanitario durante el embarazo y el parto. Y esos derechos no son otros que los de decidir libremente y sin coacción de ningún tipo qué es lo que cada cual quiere hacer con su cuerpo. Que este libro se haya publicado y no se hayan publicado otros como Derechos del usuario en los servicios de traumatología. Mi rodilla es mía —a pesar de que los derechos, en ambos casos, son los mismos— expresa un tremendo y eterno problema de nuestra sociedad: el parto le viene grande al ámbito hospitalario.

Siempre fue así. El parto no es un proceso médico ni quirúrgico. Algunas mujeres exigimos que nuestros partos no formen parte de la cadena de montaje hospitalaria. Que se respeten nuestras decisiones y nuestros conocimientos. Sí: conocimientos. Ya no somos brujas. Curiosamente la ciencia nos ha metido dentro del sistema, inaugurando una corriente de evidencia proclive al parto de baja intervención, y nos ha dado la razón que teníamos desde el principio. Hay un ejército de mujeres en este país que sabe de partos y embarazos tanto o más que algunos obstetras. Alguien tiene que empezar a decirlo.

En un sistema democrático todas las personas tienen el derecho a ser tratadas en pie de igualdad. La ciencia y la medicina no son un estrato intocable y no somos solo madres. Porque a día de hoy, más que nunca, la información es de libre acceso. Y hay un porcentaje de mujeres nada desdeñable intensamente interesadas en saber qué pasa en sus cuerpos y en sus mentes durante el embarazo y el parto. Siempre las hubo. Pero la medicina de otro tiempo las dejó fuera de sus avances experimentales sobre los cuerpos de las mujeres. No convenía compartir terreno con una visión de la mujer como persona cuando lo que queríamos era tratar su cuerpo como una mesa de laboratorio.

Nada de todo esto es comparable a ningún escenario sociológico relacionado con ninguna otra ciencia ni situación fisiológica o patológica. El saber práctico que atesoran a día de hoy los obstetras en su experiencia de montar y desmontar partos ya no sirve. Es un conocimiento que parte desde un principio equivocado: que el parto se debe conducir médicamente. Equivocado desde el punto de vista científico a la luz de gran parte de la evidencia actual y equivocado, tremendamente equivocado, desde el punto de vista de los derechos humanos en un sistema sanitario autonomista. La visión de las asociaciones de usuarias, de las mujeres que han pasado por la experiencia de ser atendidas por la concepción heredada de la conducción médica del parto, es muy distinta a la de los médicos. Ellas no han vivido ni mucho menos una experiencia segura. Ellas han pasado miedo, han sido coaccionadas, han sentido que lo que su cuerpo les pedía no era para nada lo que el sistema les ordenaba, han sentido que todo el aparataje hospitalario incrementaba el dolor y disparaba la percepción de inseguridad en sus partos. Y aún más, muchas de esas mujeres tenían ya un extenso conocimiento de la evidencia científica más reciente. Sabían fehacientemente que muchísimas de las actuaciones que se realizan en los hospitales españoles carecen de justificación científica en el siglo XXI. La lista es ingente. Pero el problema va mucho más allá.

Nadie se ha rebelado contra la imposición de la ciencia médica como dogma medieval errado con tanta fuerza como nosotras.

Toda evolución en la actualización de protocolos y guías clínicas, por pequeña que fuera, todo cambio a favor de la evidencia científica mayoritaria, lo hemos impulsado las usuarias, las asociaciones de mujeres. Ha nacido y crecido en nosotras. Nunca en la institución. El cambio que toca ahora, poner los derechos humanos de la mujer y su verdadero consentimiento por encima incluso de la evidencia científica, también lo crearemos e impulsaremos nosotras. De hecho, ya lo estamos haciendo.

Porque ni la ciencia es una religión ni la evidencia científica su libro sagrado. La verdad científica no es una certeza absoluta. Los paradigmas cambian paulatinamente a lo largo de la historia de la ciencia, con variados intereses por medio y, por supuesto, la hipotética verdad que obtendremos con toda la evidencia científica de la obstetricia actual tiene forma tan sólo de un incremento mayor o menor del riesgo o la probabilidad de que ocurran ciertos eventos bajo ciertas condiciones. Pobre Tabla de la Ley es esa.

En una sociedad libre y verdaderamente democrática no podemos forzar a nadie en base a nada. Del mismo modo, tampoco es asumible —religión científica por medio— coaccionar a nadie para que acepte una determinada atención al parto en función de la evidencia. Porque pasado mañana la evidencia científica comienza a arrojar resultados distintos o comienza a tener intereses distintos, transita hacia un cambio de paradigma, y nos damos cuenta de que en un pasado hemos dejado a varias generaciones de mujeres sin más opciones que las nuestras debido a una verdad que no era tal ni estaba en nuestras manos y, con toda certeza, entrañaba sus riesgos propios y sigue entrañándolos.


Porque un médico exclusivamente científico personifica en sí mismo el riesgo de no escuchar los deseos ni respetar las decisiones de cada una de las personas a las que atiende.

Elevar a dogma impuesto la atención al parto basada en la evidencia tiene reminiscencias claras de lúgubre distopía. En abril de 2019, en España, se obligaba a una mujer embarazada de 42 semanas, bajo mandato judicial, a someterse a una inducción del parto en un hospital. Se lograba así una curiosa tutela por parte de una institución hospitalaria hacia una mujer adulta y con plena capacidad de decisión. La justificación era tan sólo la evidencia científica, errada o no, que el hospital manejaba en ese momento. Evidencia científica que, en realidad, lo que dice por el momento es que el riesgo de muerte neonatal en el parto, si éste se desarrolla pasadas las 42 semanas, se incrementa ligeramente respecto al riesgo de muerte neonatal en el parto a las 40 semanas, y sería estadísticamente necesario inducir 426 partos para evitar una muerte neonatal según la última revisión Cochrane realizada sobre el tema. Esa distribución para la probabilidad del riesgo fue sorprendentemente interpretada por la institución hospitalaria como doctrina dogmática capaz de quebrar la Ley de autonomía del paciente y los derechos humanos, y fue aliñada con pruebas inconsistentes que pretendían justificar un sufrimiento fetal inexistente. La mujer fue entonces secuestrada en la institución hospitalaria hasta que parió.

Este caso ejemplifica claramente que la mujer embarazada en nuestro país sigue siendo campo de experimentación y control para la ciencia médica, también la del siglo XXI, que no la puede dejar escapar de su institución a riesgo de que un nacimiento, con mayor o menor riesgo de muerte neonatal, suceda lejos de la mirada de la ciencia médica institucionalizada.

Podemos decir que el problema reside en que la mujer embarazada en este país tiene, en el siglo XXI —y aunque la ley de autonomía del paciente no diga por ningún lado tal cosa— menos derechos que el resto de la población. Pero también podemos decir que la medicina ansía recortar cualquiera de esos derechos. Ansía controlar por encima de la madre el proceso de dar vida.

Podemos plegarnos a esta otra evidencia que dice que las embarazadas españolas vivimos en un país feudal en el que sus próceres pueden decidir por nosotras y asumir el riesgo de que eso suceda. O podemos inaugurar un nuevo movimiento que vaya más allá de toda ciencia, y que incida en la exigencia de nuestra libertad inalienable de no obedecer. Ninguno de los dos caminos será fácil.

Noviembre 2019


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