Hay quien piensa que dado que la violencia obstétrica es ejercida por personas, profesionales de la salud, sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, no es preciso poner el foco en el lugar donde todo eso tiene lugar: el hospital.
Hay quien piensa que mientras te acompañen profesionales respetuosos, el lugar en el que transcurre el parto no importa. Hay quien piensa que es posible transformar los hospitales en lugares respetuosos, acogedores, para que el parto saludable tenga lugar sin intervenciones médicas, o las mínimas posibles, con una atención personalizada y respetuosa con la fisiología, la individualidad y las decisiones y preferencias de la mujer, con intimidad, acompañamiento y respeto. Pero, ¿y si eso no fuera posible porque, simplemente, para la mayoría de mujeres sanas el hospital es el lugar menos indicado para que el parto sano tenga lugar? ¿No puede ser que estemos hablando de una transformación imposible porque simplemente los hospitales no son el lugar adecuado para que ese tipo de atención ocurra?
Personalmente sostengo que la violencia obstétrica es algo inherente al hospital. El hospital engendra violencia obstétrica y la ejerce porque esa es su razón de ser. El hospital es un lugar peligroso para el parto sano y ya va siendo hora de empezar a hablar de ello en este país, porque en otros más avanzados que el nuestro ya se ha hecho.
Si el hospital no hubiese demostrado ya ser un lugar peligroso para parir, en Reino Unido, país avanzado por excelencia, no se hubiese aconsejado desde el mismo sistema público de salud que las embarazadas “de bajo riesgo”, un 45% del total, evitasen dar a luz en los hospitales, es decir, en las unidades obstétricas hospitalarias. Cabe decir que en Reino Unido hay más opciones dentro del sistema público para dar a luz que la unidad obstétrica hospitalaria. La atención domiciliaria al parto está dentro de las prestaciones del sistema público de salud y existen las casas de parto, unidades llevadas por matronas, sin obstetras ni anestesistas, enfocadas al parto de baja intervención y que pueden estar dentro del hospital, anexas a él o fuera. En España, la unidad obstétrica hospitalaria es la única opción dentro del sistema público de salud en la casi totalidad y la atención al parto en casa es considerada una moda peligrosa por parte de las autoridades sanitarias. Es muy interesante leer las declaraciones del director de prácticas médicas del Instituto Nacional para la Excelencia en la Salud.
NICE, National Institute for Health and Care Excellence, es el organismo que elabora las famosas guías de práctica clínica que adopta el NHS, Servicio Nacional de Salud Británico. El profesor Mark Baker de este Instituto, declaró al periódico The Guardian en 2014: “It’s very difficult to explain why this is happening but the closer you are to hospital, and indeed if you are in hospital, the more likely you are to receive hospital care and surgical interventions". Lo traduzco: “Es muy difícil explicar por qué ocurre pero cuanto más cerca estás de un hospital, y sobre todo si estás en uno, es más probable recibir intervenciones quirúrgicas o cuidados hospitalarios”. Hala, ahí queda eso. Y en España podríamos añadir que si no te dejas, ya se encargarán los profesionales sanitarios de coaccionarte, amenazarte y llamar al juez si es preciso.
Dice Baker que es muy difícil explicar por qué ocurre pero para los profesionales de la atención al parto como yo, que se formaron en la violencia obstétrica, que incluso la interiorizaron, pero que llegado un momento tomaron conciencia de lo que estaban haciendo y desaprendieron lo que era “hacer los partos” en el hospital, no es difícil entender por qué ocurre. El hospital genera intervencionismo porque es la lógica de su funcionamiento y hacia lo que está orientado, es la razón de su existencia. Cuando la atención al parto se trasladó de forma masiva a los hospitales, los paritorios hospitalarios se estructuraron y organizaron para atender a muchas mujeres con el menor número de personas posible.
A esto se le llama eficiencia, ahorro en recursos humanos, y se instauró la conducción médica del parto. Los ginecólogos, una especialidad quirúrgica, se hicieron cargo de las unidades obstétricas y la figura de la comadrona desapareció pasando a ser un ayudante técnico sanitario que atendía los partos conforme a las órdenes médicas que recibía, a veces simplemente en forma de protocolos y el protocolo era y sigue siendo en muchas ocasiones “la conducción médica del parto”.
Con ello el hospital gestó la violencia obstétrica expresada por un trato jerárquico deshumanizador, un abuso de medicalización y una patologización de los procesos naturales. El hospital generó la violencia obstétrica y el hospital la perpetúa. Su diseño, la arquitectura de las maternidades, y su funcionamiento, el de las unidades obstétricas, están orientados a la intervención, a la uniformización de los procesos individuales. Se despersonaliza a las personas desde que ponen un pie en la puerta, se las embute en una bata quirúrgica y pasan a ser “la bolsa rota de la 6”, “el prolongado de la 5” o “la del plan de parto del 3”.
Un proceso fisiológico de salud como es el parto se atiende uniformándolo, encuadrándolo en protocolos y se toman estos protocolos por las Tablas de la Ley. El paradigma de la atención hospitalaria al parto es el modelo biomédico que trata el parto como una eventual urgencia vital hasta que se demuestre lo contrario, cosa que sólo ocurre cuando se sale de allí con el bebé en brazos.
En el hospital los tiempos están limitados por los protocolos, parir se transforma en una gymkana contra el reloj. Si la mujer embarazada rompe la bolsa y no se pone espontáneamente de parto en un tiempo prudencial, inducción. Si se acerca a las 42 semanas de gestación, inducción. Una fase latente prolongada, rotura de bolsa y estimulación. Si no dilata a velocidad de crucero, rotura de bolsa y estimulación. Si el bebé no desciende diligentemente, rotura de bolsa, estimulación, pujos dirigidos y parto instrumental.
La anestesia epidural se instauró como norma en un contexto en que el parto hospitalario se había transformado en algo insufrible, espeluznante me atrevería a decir, con las mujeres inmovilizadas en las camas y atadas a un monitor, boca arriba que de lado no se registraban bien las contracciones, sin beber, con un gotero que les provocaba unas contracciones horribles y lo único que podían hacer era respirar. Si se quejaban y “descontrolaban", entonces era que no habían hecho bien los cursos de preparación de la seguridad social, donde hacían la gimnasia y aprendían a respirar, lo mismo que si no empujaban cuando se les pedía y como se les pedía, aunque no sintiesen todavía la necesidad de hacerlo. Todos los partos se atendían con la mujer boca arriba con las piernas bien separadas y los pies colgando, agarrada a unas barras para empujar y prácticamente todas las mujeres se llevaban un corte en la vulva y puntos de sutura. Y sé muy bien de lo que hablo porque es lo que a mi me enseñaron a hacer y no hace tanto tiempo de eso. Después apareció una asociación de mujeres prostestando porque la atención al parto no seguía las recomendaciones de la OMS e Itziar Bollaín hizo un corto que, siendo una parodia, ejemplificaba perfectamente lo que era la atención al parto en la que yo me formé, salvo porque el que pare lleva barba todo lo demás era tal cual.
Apareció la Estrategia de Atención al Parto Normal por parte de la administración pública, pretendiendo una humanización del parto en el mismo lugar y por los mismos profesionales que lo habían deshumanizado: el hospital. Y entonces aparecieron pelotas en las salas de dilatación, bañeras en paritorios que nadie usa, y camas articuladas con múltiples posiciones para que la parturienta anestesiada hasta las cejas elija la que es más cómoda para ella y así nos creemos que ya está, que nos van a dejar elegir y que van a respetar nuestras decisiones. Pero hasta en el hospital más respetuoso cuando aparecen los criterios de riesgo se atienen a “los protocolos” y el plan de parto de baja intervención se va al garete cuando hay que inducir el parto, que así lo dice el protocolo, porque si no el riesgo de bla, bla, bla…
Los profesionales que trabajan en una institución tienen el compromiso con la propia institución, no con las mujeres a las que atienden y es la institución la que los protege y los dota de poder, poder de unos sobre otros dentro de la jerarquía que se establece en las unidades obstétricas, y poder de todos ellos sobre las mujeres embarazadas, que son el objeto para el que se articuló toda la cadena de montaje. ¿Y cuál es la autonomía de los profesionales respetuosos dentro de las unidades obstétricas? ¿Cuántas unidades obstétricas de cuántos hospitales pueden garantizar que habrá al menos una matrona en exclusiva para atender a una mujer de parto? Ya digo yo que muy pocas. Bien lo sé por la de veces que me ha tocado correr de aquí para allá por estar atendiendo a varias mujeres a la vez.
¿En qué momento los profesionales respetuosos dejan de serlo? Me gustaría saber cuántas de las matronas que se dicen a sí mismas "respetuosas" son capaces verdaderamente de hacer acompañamientos al parto dignos y con respeto en un hospital sin perder la salud con ello. Debió ser que tuve mala suerte con los últimos que me tocaron y por eso para mí fue algo imposible y por coherencia lo tuve que dejar.
Noviembre 2019
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